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LA BOLA DE CRISTAL

De los ancianos de los Huertos de Don Ponce, lugar en Capiscol de Burgos, donde los ancianos que solicitan al Ayuntamiento una parcela y son admitidos después de pagar una cuota, a los seleccionados por sorteo se les adjudica una huerto para su cuidado y trabajo por un año, me viene una noticia, con tarjeta de visita, de que en Castrogeriz, de la comarca Odra-Pisuerga, localidad famosa por el robo de un tapiz por Erik el Belga hace cuarenta y tantos años, hay una adivina clarividente que por medio de la bola de cristal adivina el futuro terminando su trabajo con un masaje eólico con alma y un final feliz.

Me interesa ir a visitarla y me hable de estas materias de la adivinanza que no entiendo, que me parecen puro cuento, y me explique qué cosa es esa patraña que se ha creado el Partido Popular con esa lucha entre hermano y hermana que no es más que un cuento chino, que no me deja conciliar el sueño como a cualquier otro hijo de vecino. Además, necesito que me de vida al miembro y que no sólo crezcan los pelos alrededor de él.

Me han dicho que tiene buen ver, y que hay que concretar la cita con ella por teléfono. Me interesa. La llamo. Me da para el viernes próximo a las cinco de la tarde, que es mañana. Me acicalo, me pongo guapo y, antes de salir por la puerta mi esposa me pregunta que dónde voy. Yo le contesto:-A hacer cosas, y a por tu tabaco.

He llegado a su dirección. Es un chalet adosado, ni muy chico ni muy grande, con un pequeño jardincillo y una verja con puerta delante. Ya me estaba esperando porque, al ir a tocar el timbre, la puerta se abre y una voz sale del telefonillo diciendo: Pasa. Paso y voy a la entrada del chalet donde me espera en bata. Ella tiene mucho pelo; parece una mulata. Es regordeta y baja, con cara como un culo, pero bonita.

Me invita a pasar y me lleva hasta la cocina donde me invita a un cafelito o un chupito del licor que yo quiera; aunque, ella me ofrece uno que hace ella de endrinas con azúcar y aguardiente.

Ya me habían hablado los ancianos de los huertos sobre este pacharán que ellos llamaban “Coño Pacharán” pues, según me dijeron, una vez que lo hacía ella, espatarrada sobre un balde, decantaba y vertía el licor desde su ombligo pasando por el Monte de Venus y el Chumino hasta caer en el balde que, una vez lleno, pasaba el líquido por un embudo con filtro hasta las botellas que rellenaba.

Los mismos ancianos que lo probaron, me dijeron que era bastante bueno y que excitaba. Yo le pedí de este pacharán que me bebí de un trago como hacían los vaqueros del Oeste americano, o los marineros y camioneros antes de salir a faenar. Sí que sentí algo, y un padre erecto podía apellidarme. Cuando terminé el chupito pasando mi lengua por los labios, sonriendo ella me dijo:

-Amigo, ahora págame los 50 euros, y pasemos al salón de la bola de cristal.

De la mano me llevó a un salón de claroscuro. Casi en el medio había una mesa con dos sillas, una frente a otra y, en el centro de la mesa una bola de cristal de mucho aprecio. Ella se sentó frente a mí, y yo no veía lo de detrás mío. Sin embargo, por detrás de ella, vi un tapiz que me pareció “La Caza del Unicornio”, tapiz parisino que se encuentra en el Museo The Met Cloisters situado en la punta más al norte de Manhattan, Nueva York en el parque Fort Tryon. Lo que pasa es que, en este tapiz las lanzas y cuchillos son vibradores y penes.

Una vez sentados, ella, antes de pasar las dos palmas de sus manos por encima de la bola, me dijo:

-Amigo, tienes que hablarme de tu pasado para poder adivinar el futuro o porvenir.

Yo le contesté:

-Señora adivina, mi vida, como la de cualquier ser humano se encuentra entre el bostezo de la especie humana y el cantar del gallo. Toda mi vida ha sido de mucho trabajar y poco follar. Cuando joven, me llevaron a un Seminario para aprender y llegar a ser cura pedófilo.

Con el mayor tesón y fuerte empeño aprendí el pro y el contra de los curas, comprendiendo que la virtud no vence las malas inclinaciones, pues todos ellos son mal inclinados, viciosos, ladrones y falsarios.

Recuerdo que un día, antes de que me fuera del Seminario, hablando con el padre espiritual, un maestro teólogo, sobre cosas de la fe, y acerca de la Santísima Trinidad, preguntándome que: ¿cómo entendía yo esto de las tres divinas personas, tres y una? le respondí, alzándome la sotana y sacando de la bragueta la poya con los dos huevos:

-Así; mostrando que eran tres cosas y todas una.

Él no se enfadó. Yo creo que le satisfizo.

Después, al día siguiente, me marché por propia voluntad del Seminario, llevándome hasta el colchón de la cama que era mío.

Ya en la calle, comenzando a estudiar y trabajar al mismo tiempo, llegué a casarme con la hija de un agricultor ganadero que, estando una noche con ella en su casa, nos pilló haciendo sexo. Más tarde me metí en berenjenales políticos, presentándome a elecciones municipales y generales, lo que no me satisfizo, inquiriendo de esto la analogía de todos los políticos que son como Jumentos. Rebuznan unos políticos, al instante otros rebuznan al momento. Como cuando bosteza una persona y ya las otras imitan su bostezo.

Ella me hizo la seña del dedo índice en los labios para que me callara, preguntándome:

-Pero, de verdad, ¿cuál es el asunto que te ha hecho venir a verme?

Riendo, porque hasta este momento no me había fijado en el canalillo que separa sus dos tetas, le contesté con cierta gracia:

-Amiga adivina, hay un lance en la política pepera madrileña que para mí, sin duda, encierra algún arcano. Entre una mujer y un hombre, pelea como entre un jumento y una gallina. Émulos los dos de franco fascismo y pedofilia de clerecía. Y esto no me deja conciliar el sueño, pues se adivina un tiempo vergonzoso para una nación camino de otra guerra fratricida.

La adivina pasó las palmas de sus manos sobre la bola de cristal; las posó en ella; y, levantándolas, mirándome fijamente, exclamó:

-Esa pelea es un cuento chino. Es de traca. Yo veo a la mujer en La Moncloa, poniendo en fuga vergonzosa al contrario. Y no lo digo yo que lo refiere esta bola. No creas que invento ni que engaño. De la mujer harán muñequitas de trapo rojigualda con un colgante en el cuello y una medalla de cruz gamada en él, que se repartirán gratis por todos los colegios infantiles de Madrid y toda la Nación.

Añadir por mi parte que también veo dos castañas pilongas, la una nacional místico fascista, la otra roja agnóstica, pelear por conseguir un gobierno. A la místico fascista la veo montada en un Asno muy soberbio atravesando los jardines de La Moncloa aplaudiéndola una caterva de curas rebuznantes de los templos; a la roja agnóstica, humillada, recogiendo las cacas del jumento, que llevará a la mesa de los sindicatos y la patronal para degustar.

-Madre mía, Santa María de los Órganos, exclamé yo. Yo que decía a todos los odiosos que venían a verme y escucharme en los mítines:

-Ay, gente, gente, por donde fuiste nunca tornes.

-Me dejas aturdido, amiga adivina, pues ahora escucho: ¡Guerra¡ ¡Guerra¡ ¡A las armas¡ retumbantes en mis oídos.

-Esperemos que no sea para tanto, amigo mío. Ahora, levanta y anda conmigo hacia el dormitorio, que te voy a dar un masaje eólico, y un cuarto de carne para tu pito.

Fuimos al dormitorio. Se echó de espaldas sobre la cama, abriéndose la bata de par en par, y las piernas al mismo tiempo. No llevaba bragas, por cierto.

-¡Ale¡ amigo mío, a cabalgar. Ya tienes libre el campo. Aquí se te ofrece un solo pensamiento. Échale a mi culo tu majadero.

-Daniel de Culla

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